BENARÉS, EL DESTINO DE LA MUERTE NO ME VUELVAN A INVITAR!

En Benarés, norte de India, bañada por el rio Ganges, está la ciudad sagrada del hinduismo. ¿Cómo no ser sagrada si, según la tradición, fue fundada por los dioses?

 

Benarésno se parece a nada que se haya conocido. Es una ciudad donde los sentidos sobreexcitados por visiones fuertes, olores que revuelven el estómago, ruidos y vapores de vida y muerte, se presentan como algo natural. Como cualquier ciudad india, también vive el caos, las aglomeraciones y la miseria mientras tiene en frente su rio sagrado purificador de todos los males y pecados que también lo acerca a la muerte: según la tradición hinduista toda persona que muera en Benarés y sus alrededores se librará del ciclo de las reencarnaciones y el rito de piras funerarias públicas constantes adentran el visitante en un ambiente de carne asada e incienso que penetra en todo tu ser y en cada rincón de la ciudad. Es una experiencia que sacude desde adentro y trastorna el apetito.

 

El premio de alcanzar el moksha, la salvación instantánea, la paz eterna, hace que Benarés no solo sea el sitio de peregrinaje más importante para el hinduismo sino el destino de moribundos de toda la geografía. Es un mundo de mística y espiritualidad donde la realidad para el visitante resulta bastante estremecedora. Camiones cargando cientos de ataúdes en el centro de la ciudad, carpas roídas a lo largo del río alojando los más pobres familias con su moribundo, cadenas de hoteles de un dólar la noche, para moribundos, con la condición de que muera en menos de dos semanas, amortajados en las aceras que el transeúnte debe esquivar y que terminan desconociendo si están listos para la pira o deben esperar…

 

Toda la macabra e interminable escena transcurre mientras en los ghats, escaleras de cemento y piedra que aproximan al río, mantienen un animado flujo de mercaderes, peregrinos, limosneros a quienes nada conmueve. Esa es la cotidianidad. Cerca al río las piras funerarias accionadas por el primogénito da inicio a la cremación del familiar durante, aproximadamente dos horas, según la leña que sus recursos pudieron sufragar. Si el cuerpo no termina de incinerarse, igual, va a para al río. Mujeres embarazadas, suicidas, bebés, leprosos, monjes cuya vida haya estado dedicada a la penitencia y personas picadas por serpientes, no son incineradas y se lanzan descompuestas al Ganges.

 

Mientras se escuchan mantras, solicitudes a los dioses y realizan abluciones para su purificación, los locales lavan y secan al sol sábanas, saris, interiores, dándole un colorido único a las fotografías que traerán el recuerdo de lo inverosímil. La mezcla de estiércol de vacas y cabras que deambulan los ghatsse mezclan con la de los humanos que vacían sus intestinos y también usan el lugar para el aseo personal lavándose el pelo con jabón y hasta tomando agua y lavándose los dientes. La vida en los ghats como centro, atrae a locales y visitantes que en medio de la inmundicia une risas de niños, cánticos y oraciones con la algarabía de los vivanderos.

 

En los dos ghats más importantes se realizan más de 200 incineraciones por día por lo que siempre el visitante podrá aterrarse de la naturalidad que la familia admite cuando su muerto solo cambia de dimensión. No es su final. El ritual funerario inicia cuando el cadáver se purifica en el

Ganges, se cubre con una mortaja blanca que en este caso es el color del luto y se coloca sobre la torre de maderos. Quien ejecuta es un familiar vestido igualmente de blanco, quien derrama aceite en el cadáver y prende fuego. El final, el lugar se limpia llevando todo el resultado al río. Para el occidental es difícil admitir una filosofía de vida en la que lo frenético y apabullante solo obliga a dejarse atraer de la secuencia infinita de acontecimientos unos más caóticos que otros y a lo que solo queda la posibilidad de asentir con resignación sin crítica ni congoja.

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